lunes, 21 de mayo de 2012

REPORTAJE TRUJILLO VALLE, UNA GOTA DE ESPERANZA EN UN MAR DE IMPUNIDAD

Por: Katherine Montenegro

“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, ven a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo…






Cuatro de la tarde, 17 de abril de 1990, el padre Tiberio Fernández Mafla realizaba las obras fúnebres de su amigo Abundio Espinosa en Tuluá, sin pensar en que sería su último acto religioso y sin sospechar que aquel día caería en las manos de los “Verdugos del Calvario”. Aproximadamente a las 5: 30, cuando iba en camino hacia Trujillo junto con su sobrina y dos amigos más, desapareció.

Rubiela Bermúdez, una testigo presencial y privilegiada, gran amiga del sacerdote, relata este episodio “Cuando mataron a Abundio Espinosa en Tuluá, la esposa de él como quería tanto a Tiberio le pidió que viniera a hacerle las obras fúnebres, pero ese día yo tenía que ir a Cali, entonces me vine con el alcalde, la señora del alcalde y la sobrina de Tiberio para Tuluá donde ella se quedaba y yo seguía para Cali, se quedó en la casa de Abundio porque Tiberio ya venía a hacerle las obras fúnebres. Supuestamente yo me devolvía al otro día al entierro de Abundio, pero mis hermanas en Cali me pidieron que me quedara con ellas, porque Abundio iba a tener mucha gente acompañándolo, por lo cual yo no asistí al entierro. Me devolví a Trujillo el jueves 19 de abril y cuando llegué, mis compañeras de la Alcaldía fueron a mi casa y me dijeron: “Viuda, Tiberio no aparece desde que enterró a Abundio” quedé paralizada, porque nunca pensé que podría llegar a pasar una cosa de esas o de que el padre tuviera sus problemas, mejor dicho, realmente no sé porque le hicieron eso, no se cuales fueron los motivos” “Después llegó el hermano de Tiberio y la familia de él a buscarlo, cuando ya me dijo el hermano ‘mira que me han dado unos datos de que hay un cadáver en el rio Cauca por Roldanillo y que parece que fuera Tiberio’ me dijo que si iba con él a ver si era o no y yo le respondí negativamente, porque no me resistía que de pronto fuera él, me parecía horrible solo pensarlo. Entonces no fui, cuando ya me llamo el hermano y me dijo que sí era Tiberio, que estaba el mero tronco, sin la cabeza y con 6 disparos en cada pierna. No podía creerlo fue impresionante. Lo asesinaron junto con la sobrina que nunca apareció, un arquitecto y un trabajador de él que se llamaba Galeano y un tiempo después mataron a el hermano de Tiberio, un teniente de Cali, porque el investigó su muerte”.




El padre fue secuestrado aquel día, lo encontraron muerto en las aguas del río Cauca el 21 de abril de 1990, lo llevaron a Trujillo el 22 y lo enterraron el 23, donde uno de los diputados del Valle que murieron en poder de las FARC, hizo en aquella época que a Tiberio lo enterraran en las afueras de la iglesia, pero hace cuatro años lo exhumaron para llevarlo al monumento, donde se encuentra en este momento, acompañado de flores, rezos y frases de sus seguidores, como “Destrozaron su cuerpo y su tumba, pero nunca destrozarán tu memoria; hoy y siempre vives con nosotros”. Mientras que sus acompañantes permanecen desaparecidos. De acuerdo a las investigaciones de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, el padre Tiberio Fernández y su sobrina fueron llevados a la Hacienda Villa Paola, donde “en una especie de techado, el narcotraficante Henry Loaiza alias el “Alacrán” tenía una mesa de sacrificio, en la que obligaron primero al padre a presenciar la violación y muerte de su sobrina. Luego él fue torturado y mutilado”. Todo esto según los testimonios, fue observado por el “Alacrán”, quien hoy sostiene que es inocente y niega su vinculación en la masacre.

Una de las particularidades del proceso de violencia en el jardín del Valle, Trujillo, especialmente en ese año ‘1990’, que fue el más abrumador y violento para la comunidad, fue la generalización de la crueldad extrema como mecanismo del terror. Donde se dio una secuencia de desapariciones y posteriores homicidios, al que se sumaron torturas y mutilaciones de los cuerpos de las víctimas. Esta última práctica se realizaba sobre los torturados aún con vida, para luego arrojar los fragmentos de los cuerpos al río Cauca. Así, dicho río, se convirtió en fosa común y en mensajero del terror y la Barbarie.

“Quizás uno de los hechos que más aterró a toda la sociedad fue el asesinato del sacerdote y líder comunitario Tiberio Fernández quien, según los habitantes del pueblo y sus allegados, era una persona alegre y humanitaria. Su desaparición y muerte impactaron no sólo el sentimiento religioso local sino nacional, como se evidenció, de una parte, en la multitud de sesenta sacerdotes provenientes de todo el país en las obras fúnebres, presididas por dos obispos de la región, y de otra por la sanción canónica de excomunión a los asesinos”, indica la pensionada por la gobernación del Valle, de 67 años, Rubiela Bermúdez, nacida en Versalles.

La crueldad del crimen ejecutado contra el párroco rompió todos los límites simbólicos y culturales de la violencia, y representó una transgresión violenta al sentimiento religioso de todas las comunidades. “Así que tendremos que preguntar a la Virgen Santísima si su alma descansa en el purgatorio”, señala Rubiela.

“La muerte del padre fue un impacto muy grande para toda la comunidad, porque daba mucho de lo que él tenía y ayudaba a la gente. Dejo 48 empresas comunitarias, viejitas con criaderos de pollos, campesinos con varios cultivos y algunos jóvenes hasta con panaderías. En este momento usted va a Trujillo y en algunas, hay fotos de Tiberio, por agradecimiento a que él fue quien se las dio. Además en las veredas lo adoraban porque siempre se acordaba de ellos, les llevaba mercados y les hacia celebraciones especiales, yo siempre lo acompañé en todos esos momentos y por eso soy testigo de su buena fe, además él era un hombre muy inteligente, muy preparado, tenía fama en toda parte, era un hombre escuchado donde llegaba y era una persona con la que uno gozaba. Por todo esto cuando lo mataron, TRUJILLO SE ACABÓ, porque se acabó la paz, la fe, la esperanza, todo”.

Tiberio, párroco de la región, se convertirá entonces en el símbolo de la Masacre de Trujillo, ocurrida durante 1986 y 1994, en el municipio nombrado y en Riofrío y Bolívar en el Valle del Cauca. Donde murieron según el parque Monumento a las víctimas de los hechos violentos 235 personas; según la Comisión InterongGregacional Justicia y Paz CIJP 63 víctimas; según el equipo mixto de ONGS y organizaciones estatales 215 asesinados; y según la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo AFAVIT 342 personas, incluyendo nuevas denuncias de hechos de violencia de los familiares de las víctimas, así como nuevos acontecimientos ocurridos después de la entrega del informe de la CIJP, además de incorporar entre las víctimas, a las personas que han fallecido por pena moral.




“Este terrorismo y actos delictivos fueron cometidos por una alianza entre los narcotraficantes Diego León Montoya “Don Diego” y Henry Loaiza “El Alacrán”, junto a miembros de las fuerzas de seguridad del Estado como la Policía y el Ejército. Así lo concluyó la Comisión de Investigación de los Sucesos Violentos de Trujillo la CISVT, además de la ratificación de acusación de la Fiscalía contra el Teniente Coronel del Ejército Alirio Antonio Ureña Jaramillo, quien para la época de los hechos era el Mayor del Batallón Palacé de Buga y participó en la ejecución de los crímenes”, denuncia la señora Rubiela. Además lo acompañó el Teniente retirado de la Policía, José Fernando Berrio, los cuales eran enjuiciados desde agosto del 2006 por cargos de homicidio con fines terroristas en dicha masacre; pero que gracias al fallo del juez Néstor Ramos, del tribunal penal de Tuluá, quedaron en libertad el 10 de marzo del 2007. Entre los objetivos de las estrategias del terror implementado figuran la ejecución de testigos del narcotráfico y acciones ilícitas para asegurar la impunidad del delito, el intimidar a la población civil, quitando y apropiándose de las tierras de los campesinos de manera ilegal y acciones de “limpieza social”.
Sólo dos décadas desde que empezó la matanza y después de 18 años de que el Estado reconoció su responsabilidad en esos hechos por acción y omisión, por primera vez la justicia colombiana condena a un alto militar por el crimen que por meses tuvo al río Cauca arrastrando cuerpos despedazados con motosierra. De esta manera, el coronel Alirio Antonio Urueña, fue condenado el pasado 17 de octubre por sentencia de de la Jueza 4 especializada de Bogotá a pagar 44 años por cuatro de los muertos de Trujillo en particular y por ser parte de la máquina del terror planteada por la alianza de los narcotraficantes del Valle y la Policía Nacional.
Al atardecer del día, Rubiela Bermúdez, la testigo presencial y denunciante de lo ocurrido en aquella época, aclara que “ya la gente está hablando, ya no le da miedo discutir sobre los hechos ocurridos en la masacre, por eso es tiempo de empezar a hacer memoria. Y pensar en que la mayoría de víctimas eran inocentes. La idea es pensar en que la violencia sigue y está por todo el país, no sólo en Trujillo, no sólo en el Valle del Cauca, sino en todas las regiones de Colombia. Además se vulneraron los derechos humanos y se atentó contra la iglesia, definitivamente es un caso límite de la violencia en nuestro país, donde desgraciadamente el Estado tuvo responsabilidad”. “por eso nunca olvidaré esos días en los que empezó la masacre, donde el padre nos decía con voz de aliento: que La Libertad verdadera no se entrega ni se pierde a voluntad de otro, resistimos mutuamente marcando en nuestro paso la huella de la dignidad, por eso debemos luchar, resistir y persistir por la verdad, la justicia y la memoria de aquellos que ya no nos acompañan, porque el que pierde la memoria está condenado a vivir en la mentira”.

…Líbranos de todo mal, Amén”

1 comentario:

  1. a mi Tiberio, fua al primero que me irían a masacrar y ya sonaba la motosierra con su dentellada voraz" ( parte de un poema )

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